Desearía atar tus muñecas
a cráteres solares
y contemplar enceguecido
desde mi ventana
tu condena,
por corromper mis pensamientos.
Aún así
escucharé tu voz
predicando
ríos y roqueríos
de versos y sonetos
que sólo yo podré escuchar
por el mero placer
de oir tu voz
una vez más.
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