El análisis de las causas, como suele suceder en toda problemática social, generalmente se omite o peor aún se esbozan abstracciones que no aportan ni explican nada al respecto. Lo más importante, dicen los afligidos y expertos “analistas”, es coordinar esfuerzos en incrementar la donación de alimentos a los países más pobres. Lamentablemente, dichos esfuerzos distan mucho de ser suficientes para paliar una problemática estructural y profunda como es el hambre. Excepto el caso de algunos países como Cabo Verde o Liberia, la ayuda alimentaria representa siempre menos del 10 y hasta del 5% del consumo total de alimentos de cada uno de los países que la reciben.
Desde el año 1961 la producción per cápita de alimentos disponibles para el consumo humano(1) puede satisfacer las necesidades de toda la población mundial (2200 calorías por persona por día), pero no lo hace. Sucede que mientras la producción aumenta vertiginosamente también lo hacen la exclusión y la desigualdad. Bourguignon y Morrison (2002) calcularon que la desigualdad mundial medida por el índice GINI se incrementó notablemente en los últimos 200 años, pasando de 0,50 en 1820, 0,61 en 1910, 0,64 en 1950 y 0,657 en 1998. Eso explica el escaso aporte del aumento de la producción per cápita de alimentos a la disminución de las tasas de desnutrición. A este ritmo y en el mejor de los escenarios imaginables, suponiendo que la tasa de crecimiento de la productividad se mantendrá constante y no habrá limitaciones en cuanto al uso de la tierra (lo que implica suponer que durante el siglo XXI tendremos sucesivas revoluciones verdes), sería necesario esperar más de 75 años hasta que la humanidad produzca 3440 calorías por persona por día y así, teóricamente, en el contexto de esa extrema abundancia, el “derrame” por fin llegaría y se podría terminar con el hambre en el mundo.
Mientras tanto, lo que verdaderamente ocurre es que lo que no comen algunos necesariamente debe ser consumido por otros. Para colocar el alimento excedente, el sistema necesita pervertir los hábitos nutricionales y es con ese objetivo que la industria alimenticia gasta alrededor de 40.000 millones de dólares en publicidad cada año. Eso es 500 veces más que la cantidad que todos los Estados juntos gastan en promover programas para convencer a la población de que siga una dieta sana. (2). El resultado es que gran parte del aumento de la producción que se registra desde hace décadas incrementa enormemente los niveles de obesidad y sobrepeso dejando magros resultados en la reducción de la desnutrición.
1-Se define como: producción + importaciones netas – pérdidas post cosecha – usos no alimentarios +- variación de existencias.
2-http://www.elpais.com/articulo/sociedad/Directos/hambre/obesidad/elpepusoc/20080711elpepisoc_1/Tes
No hay comentarios:
Publicar un comentario